domingo, 28 de diciembre de 2014

Lecturina







Lecturina amaba los libros. Cuando ibas a visitarla los libros te saludaban antes de que ella abriese la puerta,  la sala era un mar de libros. Al llegar a su cuarto tenías que desalojarles de la cama y de la silla si querías sentarte. En lugar de muñecas que crees que tenía?... adivinaste!, libros.
Todo lo que Lecturina hacía estaba entre los libros y sus sueños.
No había nada más para ella, bueno, quizá alguna que otra amiga, entre las que me contaba y algunos amigos niños, a quienes platicaba las historias que leía. La verdad que no era aburrida, pero muchas veces yo quería jugar con ella como con cualquier niña normal, pero no se concentraba en el juego, siempre estaba pensando en los cuentos que aún no terminaba de leer o imaginándo los que no había leído aún, y se equivocaba en los saltos que debía dar en la “bebeleche”.

En “la víbora de la mar” nos sorprendía queriendo quedarse con  kiwi, jamás en nuestra vida habíamos escuchado hablar de esa fruta y entonces ella nos explicaba lo que había leído en sus libros sobre el kiwi, y dejábamos en pausa el juego para escucharla.

Cuando al fin proseguíamos, cantábamos:

A la víbora, víbora
de la mar, de la mar

por aquí pueden pasar
Los de adelante corren mucho
y los de atrás se quedarán
tras, tras, tras, tras.
Una mexicana que frutos vendía
ciruela, chabacano, melón y sandía.
Verbena, verbena, la virgen de la cueva
Verbena, verbena, jardín de matatena.
Campanita de oro
déjame pasar
con todos mis hijos
menos el de atrás
tras, tras, tras.
Será melón, será sandía
será la vieja del otro día, día, día.



Les explico que para este juego se colocaban dos niños uno enfrente del otro con sus brazos extendidos hacia arriba formando un arco por el cual todos los demás pasábamos uno tras otro tomados de la cintura cantando y el niño o niña o que era sorprendido debajo del arco cuando terminaba el último verso de la canción era atrapado por los niños arco, uno de ellos era “melón” y el otro niño era “sandía”, entonces le hacían la pregunta al niño atrapado: ¿con quién te quedas, con melón o con sandía? y entonces se formaba detrás del niño fruta que escogía, formándose otro arco por el que también debíamos pasar. Cuando ya todos los niños de la fila habíamos quedado repartidos, entre "melón" o "sandía", las filas competíamos utilizando una cuerda con un pañuelo amarrado a la mitad que jalábamos a fin de ganarle al otro equipo.

En otro juego cuando a Lecturina le tocaba ser Doña Blanca, ¿qué creen?
¡Era ella quien correteaba al jicotillo!

Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata
romperemos un pilar para ver a doña Blanca.
¿Quién es ese jicotillo, que anda en pos de doña Blanca?
¡Yo soy ese jicotillo que anda en pos de doña Blanca!

En este juego  nos tomábamos de las manos, haciendo un círculo y dábamos vueltas mientras cantábamos. En medio estaba un niño destinado a ser el jicotillo y fuera del círculo la niña que representaba a doña Blanca. Al final se rompía el círculo de niños y el jicotillo tenía que salir corriendo para atrapar a doña Blanca.

Para todos estos juegos Lecturina era un desastre.

Solo había dos cosas que la sacaban de su ensimismamiento libreril: las notas musicales y las mariposas. Se podía pasar horas persiguiendo mariposas o escuchando las notas que salían de las guitarras, los violines, las flautas, los trombones, las armónicas y de todos los instrumentos creados para ello. Y tenía libros con poemas de mariposas, mariposas de todos colores, mariposas de día, mariposas de noche, azules, brillantes, blancas, amarillas, negras, rojas, verdes, cafés, moteadas; libros de cuentos de mariposas que volaban, mariposas que lloraban, mariposas de sueño, mariposas en arrullo. Tenía un espacio especial para sus libros de mariposas. Esos no los podíamos tocar sus amigos, si queríamos saber de ellos, era ella quién nos los leía.
Tenía una flauta, una armónica y una guitarra, pero no los sabía tocar y nos pedía que ensayásemos melodías con ellos y nos escuchaba absorta mientras entre las manos sostenía alguno de sus libros y pasaba distraída las páginas disfrutando la música, bueno si podría llamarse música a los intentos de tocar la flauta, la guitarra y la armónica que hacíamos nosotros.
 Nos leía:
“Mariposa del aire, 
qué hermosa eres, 
mariposa del aire 
dorada y verde. 
mariposa del aire, 
¡quédate ahí, ahí, ahí!...” 
 

Y nos contaba sobre Federico García Lorca, un poeta español de una ciudad con nombre de fruta que escribía poemas muy hermosos y que murió hace muchos años. Y sobre Pablo Neruda, un poeta de un país llamado Chile que está hasta el sur del continente, de quien nos leía poemas con tanto sentimiento que a veces llorábamos al ver su mirada tan melancólica y las lágrimas disimuladas entre las basuritas que entraban por sus ojos, sobre todo cuando nos declamaba estos versos:


“Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza.
Déjame que me calle con el silencio tuyo.”


Definitivamente Lecturina era una enciclopedia ambulante y todos acudíamos a su casa para hacer las tareas que nos dejaban los maestros. Nos leía sin cansarse con melódica voz, enfatizando cada frase para que comprendiésemos todo el texto. Nos gustaba mucho aprender con ella, porque a pesar de que era de nuestra misma edad la veíamos como una niña vieja, porque sabía tanto y nos lo compartía.

Una tarde cuando perseguía mariposas  cayó en un barranco y partió a otro espacio. Recuerdo bien que ese día, al ver que no llegaba, todos nos dimos a la tarea de buscarla gritando su nombre por los senderos por donde acostumbraba ir,  y fui yo quién le encontró, en el lugar donde sus mariposas, reunidas en millones, lloraban……

Lecturina nos dejó de herencia además de los recuerdos, el amor por los libros. 

 Y esta historia es la historia de muchas personas que buscan, encuentran y comparten el saber y el arte plasmados en las obras literarias. Algunas de ellas parten, como Lecturina, no sin antes dejar algo de sí mismas  para que nosotros, los otros,  lo compartamos.


Musalidades



Un día quise ser la musa
que tus versos inspirara;
busqué encontrarte
en lugares comunes
para hacerme notar
entre ese enjambre
de mujeres ansiosas
de tu mirada,
y ser tu musa
sin que supieras
que en mis poemas
te dibujaba.

Quise serlo, y lo fui,
lo presentí antes del instante
que nuestras miradas,
en intuitivo anhelo,
se encontraron.

Los sentimientos
y las ideas
se entremezclaron,
y desde entonces
cada uno es el otro,
respiras mi nombre
y yo tu  nombre respiro,
miras a mi través
como yo lo hago
a través tuyo;
sólo cuando
frente a frente estamos,
sólo entonces

es cuando callamos.

Apología del sufrimiento

Un trozo de alma se desintegra  ante mis propios ojos en la certeza de que sólo yo estoy sufriendo,
no existe nadie en este mundo que sufra, no miro los sufrimientos verdaderos y me encierro en este dolor inmenso sin mirar las demás penas, sin ver el hambre en los rostros demacrados, sin sentir el frío de los cuerpos desnudos, sin mirar la tristeza, los otros ojos vacíos,  la violencia, la corrupción, la impotencia por  estériles luchas, las protestas, el reclamo por los muertos que no debieron morir, la existencia no existencial de los seres que pululan inanimados por las calles de mi ciudad sin esperar ya nada porque la esperanza han perdido. No miro las penalidades que pasan los desposeídos, los sedientos, los que se han quedado en el fondo del olvido. No, no miro nada, sólo mi dolor. Detento hoy el monopolio del sufrimiento. No me molesten, no me digan nada. Hoy estoy sufriendo y es sólo mío el dolor y éstas mis egoístas lágrimas.



P.d. Y ni siquiera Alfonsina, Pablo, Rosario, Mario, Wislawa, Julio, me consuelan. Ningún libro puede consolarme hoy. Ninguna canción, ni siquiera las de Celia. Mis ojos son los culpables de todo, mis ojos que no debieron mirar hacia su mirada.

Rumor de tierra

 


Cantan las flores
en tono  de aroma
el eco milenario
que serpentea
en rumor de tierra
voces primigenias.


Pero hoy la tierra llora
cuando le arrojan
los jóvenes cuerpos.

Húmeda de lluvia
desde los párpados
que no se cierran
grita la tierra
de dolor antiguo
en clamor de piedra,
en clamor de fosa

en clandestinidad.

Desde niña hablo con la tierra

 



La tierra me rumora siempre, alcanzo a escuchar su voz cuando hinco la rodilla y acerco lentamente mi oído. Ella sabe que la escucho.

Mi abuela me enseñó a escucharla cuando vivíamos allá en el pueblo.

Un día caminábamos por una vereda, se hincó sobre el suelo y me dijo:

-Escucha la voz de la tierra, pequeña, acércate, no tengas miedo, acerca tu oído y dime que es lo que escuchas-

Lentamente me tendí sobre la tierra y acerqué mi oído lo más que pude intentando escuchar. Al principio no comprendía los sonidos que salían de la tierra, era sólo un rumor, pero estaba asombrada, ¡era verdad lo que decía mi abuela,  la tierra hablaba!

Poco a poco el rumor fue convirtiéndose en sonidos que intentaban decir sílabas confusas, me quedé tendida escuchando mientras mi abuela hacía lo mismo, un rato después escuché una palabra completa:

–Ayuda- me dijo la tierra.
-¿Qué tienes tierra?- le pregunté con mi voz de niña.
-Dolor- me contestó.
-¿Te sobo?-le dije pasando la mano por su superficie.
 –Sí- me contestó, y juro por la madre tierra y por todos los hijos de la madre tierra que la han habitado, la habitan y la habitarán, que escuché su risa cristalina, la que me contagió y no paré de reír en todo el camino de vuelta a casa.

Desde entonces yo platicó con la tierra, ella me cuenta cosas, cosas que muy pocos, por no decir nadie, aparte de mí, entienden. Cuando está triste la sobo, paso mis manos por ella con movimientos circulares y ríe. No sé si sea yo la única que la escucha, porque cuando me contagia de su risa, las personas que están a mi alrededor lanzan miradas extrañas hacia mí.

Lo bueno que a ella, a la tierra,  la encuentro en cualquier parte, aunque en los últimos tiempos tengo que caminar bastante para encontrarla porque la han cubierto de cemento por todos lados, excepto en el lado de los parques, allí está ella siempre,  llena de árboles y flores.

Estas últimas semanas la tierra ha estado triste, muy triste. Lo sé porque me he acercado a ella y sólo he escuchado un rumor como sollozo. No quería decirme nada, ya sabe que si ella está triste yo también me pongo triste y lloro, lloro mucho, lloro a gritos y corro por las calles.

Después de días y días de preguntarle me lo ha dicho.

Está triste porque la humanidad no la comprende, está cansada de que le saquen las entrañas, de que la contaminen, ya sabe ella que todos los humanos polvo son y en polvo se convertirán pero no se vale que la carguen antes, que caven fosas en la clandestinidad y arrojen dentro miles de cuerpos, cuerpos jóvenes, cuerpos que aún no tienen que estar  allí, que para eso están los panteones, para que cada cuerpo que será convertido en polvo pase por un proceso en un lugar especial y bajo el cuidado de  su familia.


Me lo dijo llorando y yo he llorado con ella. Aún sigo llorando.

Ayotzinapa

Ayotzinapa

Ya tu nombre no es más
un pueblo olvidado
de calles desiertas
Ya tu nombre no es más
un pueblo escondido
entre montañas.

Tu nombre se grita hoy
desde lo profundo,
desde todas las lenguas
donde el dolor se hace antiguo;
tu nombre se grita
desde los cuatro puntos
cardinales del planeta
recordando los cuerpos
que aún no aparecen.

Hoy tu nombre es un solo grito
que va despertando
los corazones
para escribir la historia
y enarbolar la bandera
de la memoria del pueblo
que no puede,
que no debe, 
dejarse en el olvido.